En la era de la transparencia, de la que soy ferviente defensor y activista, no conviene confundirla con el mero cotilleo.
Esta mañana nos levantamos con las intervenciones en el Comité Federal, que deberían ser a puerta cerrada, en los medios. No confundamos una cosa y otra: que sean a puerta cerrada garantizan que cada cual va a decir lo que le venga en gana sin miedo a juicios públicos de valor. De la misma forma que el voto es secreto y así debe ser, ciertas deliberaciones han de serlo también para ser más libres. Tuve un profesor en la Universidad de quien guardo un excelente recuerdo que decía aquello de que «los seres humanos no actuamos igual cuando sabemos que nos están mirando». Y eso es una verdad absoluta. Sólo así evitaremos comportamientos impúdicos e incluso ilegales en la política, mirando y viendo.
Pero estas personas, de quienes por cierto escuchamos un debate rico y en el que se confrontan ideas, no están dirimiendo una comisión ilegal a puerta cerrada o un fin espúreo. No es el Watergate. Están dirimiendo, en libertad, cómo toman una decisión. La puerta cerrada, aunque parezca obvio, hace prevalecer la libertad de opinión. Y ha de ser garantizada para mantener posiciones críticas que favorecen el control, en este caso, de la militancia sobre los líderes. La privacidad es imprescindible. Es este uno de los peligros más evidentes del asamblearismo de voto a mano alzada: la opinión contramayoritaria o el efecto caballo ganador (del que en este blog ya he hablado anteriormente).
Desconozco quién habrá enviado a los medios tales declaraciones y, como no soy periodista, desconozco también los límites de la ética en esta profesión para aceptar una filtración a todas luces innecesaria por encima del cotilleo de quién dijo qué. Porque en esa filtración nadie confiesa un delito o un comportamiento desviado. Es sólo la exclusiva de saber lo que nadie debía saber. El cortoplacismo nos trae siempre o casi siempre consecuencias nefastas para el largo plazo y lo que hoy es una exclusiva mañana se puede traducir en desconfianza y mordiscos en la propia lengua. Ganáis hoy, perdemos en el futuro.