Estado de alarma

Ante un atentado, una catástrofe, un desastre natural o un accidente es fácil (relativamente) buscar un culpable y eso, consuela. Aunque sea un poco. Podemos insultar a los terroristas, maldecirlos, culpar a la naturaleza por los daños materiales y personales. Y sabemos que tiene un final. Un final que se ve. Un terremoto dura unos pocos segundos. Un atentado dura poco también (el asesinato de 70 jóvenes socialdemócratas por parte del ultraderechista Breivick duró hasta que se le agotó el cargador).

Hoy nos enfrentamos a una pandemia. Un enemigo al que no ponemos cara, con el que nunca nos habíamos enfrentado en el último siglo. Y al que a veces no sabemos cómo enfrentar ni cuánto va a durar. Solo sabemos que «hay que aplanar la curva». No hablo ya desde el Gobierno, sino desde la sociedad civil. Ponernos o no máscara para salir a la calle o priorizar la salud económica por encima de la salud física. Hay que elegir y en ninguna elección tenemos garantías de acertar. Por eso, está siendo para algunas personas muy urgente poner cara y responsabilidad al virus.

Esa cara y esa responsabilidad son del Gobierno de España. Las medidas son duras y en algún caso impopulares, aunque fueran demandadas desde hace tiempo y aunque los profetas a posteriori lleven días diciendo que deberían haber empezado antes. Por eso, si no tienes a quién insultar, insultas al Presidente (o al Vicepresidente). No importa que ellos estén pasándolo tan mal como cualquiera, con familiares en la UCI y sufriendo el mismo aislamiento que los demás. Es casi un mecanismo de defensa personal. Y diría que les va en el sueldo.

La cara B son aquellos que pretenden utilizar los malos tiempos para sacar rédito político de algún tipo. El miedo de la población, las dificultades a las que se enfrentan y se van a enfrentar, no deberían usarse para rascar cuatro votos (ni cuatro millones). Sin embargo, es fácil. La mitad del trabajo ya está hecho. La ciudadanía está en casa, con incertidumbres varias. Ponerle emoción a eso es como comerse una tarrina de helado de una sentada, fácil e inadecuado. Vean las redes, ardiendo con bots que simulan ser reales, generando un estado de opinión.

No se van a morir si se toman una tarrina de helado de una sentada igual que no va a pasar nada porque en este momento sientan cierta impotencia. Pero cuando la ansiedad pase y veamos todo con algo de distancia, valoren si merece la pena seguir confiando en quienes usaron sus peores momentos para conseguir su voto.

Recomiendo:

Tuit analizando la red de bots que replican un mensaje desestabilizador.

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